Opinión
La normalización nazi de Vox


Por Miquel Ramos
Periodista
La fractura del espacio común de las derechas en España comenzó hace aproximadamente veinte años. El partido hegemónico de este espectro político, que había sido el PP desde su fundación, se empezó a resquebrajar por su extremo cuando José Luís Rodríguez Zapatero llegó al poder y puso sobre la mesa toda una serie de medidas que estimularían al sector más conservador, más nostálgico y menos escrupuloso a la hora de reivindicar sus orígenes y su radicalidad. El mantra de la derechita cobarde se fraguó entonces, cuando una parte del electorado popular demandaba al partido revertir muchas de las leyes que aprobaba el PSOE, y que al PP se le atragantaban por no querer enfrentarse a un relativo consenso social que, pensaban, le podría pasar factura si levantaba demasiado la zarpa.
La primera ley de memoria histórica, la reforma de la ley del aborto o la ley de matrimonio de personas del mismo sexo fueron tres de las grandes batallas que se libraron durante aquella legislatura, donde la verdadera oposición la lideraron asociaciones ultraconservadoras y la jerarquía católica. Manifestaciones multitudinarias llenaron las calles varios años, con obispos sujetando pancartas y todas las derechas, desde neonazis hasta extremocentristas, tratando de visibilizarse. Una revuelta neocón sin precedentes en España, que puso al PP en un aprieto cuando el partido incluso rechazaba la etiqueta de "derecha" y reivindicaba una posición centrista, abierta y moderna.
Ese juego a dos bandas, dejándose ver en aquellas protestas y oponiéndose a las leyes anunciadas a la vez que no se atrevería después a revertirlas, aunque las vaciase de recursos, hizo posible la fractura que alumbró el nacimiento de Vox. El fin de ETA, resignificado por la derecha como una rendición del Estado ante la banda, y la reforma del Estatut de Catalunya que consideraba a este territorio como una nación, certificarían el divorcio. Vox nació para salvaguardar las esencias de esa derecha que navegaba sus contradicciones ante la supuesta hegemonía progresista que advertía del coste político que podría tener abandonar el centro. Y aunque costó unos años llegar a las instituciones, su progresiva normalización y conquista de espacios no solo han redibujado el espectro derechista, sino que ha logrado arrastrar a su terreno al PP y romper numerosos tabúes que el "consenso progre" había instalado.
La extrema derecha en España había estado históricamente fragmentada y a menudo enfrentada, tratando de sobrevivir con el poco margen que le dejaba el PP, que capitalizaba la mayor parte del voto. Cuando Vox entró por la puerta grande, poco después del referéndum de 2017 en Catalunya y en plena euforia españolista, varios periodistas empezamos a detectar el desembarco en este partido de viejos conocidos. Personajes que durante años habían estado pululando por diferentes organizaciones neonazis y fascistas veían ahora en Vox una oportunidad para lograr lo que nunca consiguieron con sus marginales y a menudo efímeros proyectos.
Tras la publicación de algunas de estas noticias desvelando el aterrizaje nazi en Vox, el partido se deshizo de algunos de estos o trató de justificarlo con una supuesta redención del personaje. Un conocido nazi valenciano que había dejado cojo a un profesor de universidad de una paliza, ex miembros de la extinta organización nazi CEDADE, militantes de partidos abiertamente nazis, antiguos camisas azules de la transición y representantes de los diferentes familias del fascismo patrio buscaron encaje en el partido de Abascal. En España, la ultraderecha todavía tenía esa pátina carpetovetónica y antidemocrática que le impedía ser considerada una opción respetable más. Pasados los años, esa mácula se ha esfumado, y ha pasado de ser un lastre a casi una medalla, cuando ya se hace apología de ello sin pudor alguno.
Jorge Buxadé mostraba en sus redes un video del Valle de Cuelgamuros para celebrar el Domingo de Ramos. El partido ha pasado de los dog whistles (los guiños velados a ciertos temas, con referencias al lenguaje y al imaginario nazi-fascista) a la exhibición impúdica del flirteo con el fascismo. Ya no hay nada de lo que avergonzarse. Ser o haber sido un nazi o un fascista no es ya ningún hándicap. No es necesaria ya ninguna justificación, ninguna purga, ninguna supuesta redención. La casa común de las derechas extremas en la que se ha convertido Vox ofrece encaje a todos ellos, conscientes de que la ola reaccionaria que se cierne sobre el planeta les brinda esa normalidad anhelada durante tantos años. Y no solo en España. Partidos y personas con claros vínculos con el nazismo y el fascismo son hoy actores principales de esta nueva temporada política.
Hace unas semanas, Vox ponía al frente de su pseudosindicato Solidaridad a Jordi de la Fuente, conocido neonazi que fue una de las caras visibles del extinto partido ultraderechista Movimiento Social Republicano (MSR) y con un juicio pendiente por una acción ante un centro de menores. En uno de los últimos mítines en Barcelona de la pasada campaña electoral, hasta se acercó a verlos el líder nazi Pedro Varela, expropietario del mayor centro de difusión de propaganda nazi y negacionista del Holocausto, la Librería Europa. Estos últimos años, también han aterrizado en Vox miembros de la secta ultraderechista El Yunque, algunos incluso ya con acta de concejal, y de las organizaciones ultracatólicas más beligerantes, como HazteOir.
Ayer se conoció la presencia de otro conocido neonazi en Vox, esta vez en Aragón. Javier Royo tiene varias fotos con esvásticas de fondo, en conciertos nazis y con líderes nazis. Fue candidato del partido neonazi Alianza Nacional en 2008, miembro de Hogar Social Zaragoza y fue condenado por no parar la paliza que un colega suyo le dio a una persona sin hogar. Todo esto, cuando hay quien sigue diciendo que se utiliza en vano la acusación de fascistas y nazis cuando hablamos de estos ultraderechistas.
Vox no necesita ya poner excusas ni deshacerse de todos esos nazis que alberga el partido. No les han engañado ocultando su pasado. Ni siquiera son ya purgados cuando se destapan. Les han abierto las puertas y les han ofrecido seguir diciendo y haciendo lo mismo que siempre, solo que ahora ya sin vergüenza. Otros, que incluso ocupan cargos de responsabilidad, sueltan mensajes, lemas y referencias cada vez menos veladas, tratando de hacer que lo que antaño daba vergüenza, hoy sea interpretado como pura irreverencia.
Nada de esto hubiese sido posible sin la irresponsable equidistancia y la falta de cultura política antifascista de gran parte de los actores políticos y mediáticos actuales. Si estamos viviendo un revival de las viejas ideologías del odio y sus excreciones no es porque aporten soluciones a la crisis neoliberal o a las inseguridades vitales de la clase trabajadora. Es porque ni se tomó en serio la amenaza cuando se advirtió, ni una vez llegados a este punto, hay la suficiente valentía para marcar distancias o plantar cara más allá de pedir el voto para que no ganen.
La reflexión deben hacerla quienes siguen pensando que tener razón gana batallas, que la verdad siempre vence o que la democracia es más fuerte tolerando el fascismo. Todo ello, sin cambiar lo más mínimo las condiciones materiales ni las reglas del juego que permiten luego a los ultras abanderar un supuesto cambio e incluso vestirse de rebeldes ante las inseguridades que el capitalismo instala en nuestras vidas. Ahí tenemos a Musk, a Bannon y a Verástegui haciendo el saludo nazi desde el estrado, ganándose las sonrisas y los aplausos de millones de personas que los votan o los adoran. Va a hacer falta mucha pedagogía para revertir la situación, pero también mucha determinación para enfrentar estos nuevos tiempos en los que ser nazi ya no penaliza, sino que se ha convertido en una medalla, en un gesto de supuesta irreverencia, algo que en realidad no es más que un síntoma de un fracaso colectivo.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.