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Donald Trump en la lucha decisiva contra los mercados

Aunque el presidente norteamericano atesora un poder considerable, no ha logrado salirse con la suya

Donald Trump.
Donald Trump.Manuel Balce CenetaAP
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Quién sabe si Donald Trump no habrá formulado estos días -en la intimidad de su campo de golf- una frase similar a la que nos regaló Pablo Iglesias tras dejar la vicepresidencia del Gobierno: estar en el Gobierno, dijo el gran aforista, no es lo mismo que estar en el poder. Aunque el presidente norteamericano atesora un poder considerable, no ha logrado salirse con la suya: declaró una guerra comercial que ha tenido al mundo en vilo y hubo de suspenderla de inmediato.

Hay diferencias: como buen leninista, Iglesias rechaza la doctrina del liberalismo clásico y desearía que el Estado se pusiera a disposición del partido único; Trump se desempeña como populista y legitima sus decisiones apelando a la voluntad del buen pueblo. Ha de reconocérsele que ganó las elecciones -obteniendo así un mandato para hacer proteccionismo- y lo hizo contra el criterio del así llamado cuarto poder: los grandes medios norteamericanos le han negado siempre su apoyo.

De ahí que la pasada semana fuera decisiva: tras asegurar que nunca daría marcha atrás, Trump se enfrentaba a la presión creciente de unos mercados que funcionan en la práctica como un quinto poder. Fueron ellos los que acabaron con Berlusconi y los que obligaron a Zapatero a afrontar esa crisis financiera cuya existencia -jaleado por sus votantes- se empeñaba en negar. Y recuerden a la efímera Liz Truss: los mercados acostumbran a castigar a los gobiernos que comprometen la prosperidad de sus sociedades o la estabilidad de la economía global.

Ocurre que Trump, salvo en lo que a China se refiere, no ha aguantado el pulso: el incremento de la rentabilidad del bono americano a diez años, canario en la mina de los especialistas en finanzas, le ha obligado a pisar el freno. Hay que suponer que los enemigos jurados del sistema aplaudirán estos días la acción de los mercados, aunque con ello incurran en alguna contradicción: son los mismos que se protestaron cuando los griegos votaron en referéndum contra el rescate condicionado de la troika y vieron cómo su Gobierno la aceptaba para evitar el desastre.

Por más que a Trump le sobre esa «voluntad política» que la izquierda antisistema suele poner como condición de cualquier cambio radical, en fin, ningún mandato popular puede transformar el barro en oro: ni en la Grecia de Varoufakis, ni en la América de Trump. Se sigue de aquí una lección que olvidaremos enseguida: el principio de realidad fija límites a una acción política que dista de ser omnipotente. ¡Y menos mal!